sábado, 23 de enero de 2010

La prostitución moral de Europa






















En las fotos vemos, la sala de partos del hospital, niños que tienen que trabajar y duro día a día, mujer en casa ante el único armario que tenía, la otra ni tansiquiera tenía ese armario y en ambas casas nos acojieron y ofrecieron cena o café, de una forma sincera.

Angel Olaran

Con 64 años, este ángel de los hambrientos mantiene un ritmo febril de trabajo, esforzándose en que no lo desborden las emociones que produce el roce incesante con el drama de los más desdichados. Nacido en Guipúzcoa, ha pasado la mayor parte de su vida en África, primero en Tanzania y desde hace dos décadas en la ciudad de Wukro, donde --además de participar en el combate contra el hambre-- ayudó a crear una granja escuela; puso en marcha un programa de apoyo a las prostitutas y tiene a su cargo a medio millar de huérfanos, que viven en familias integradas solo por niños, como forma de evitar su internamiento en orfanatos. Olaran parece disponer de una energía vital inagotable... hasta que al final del día se desploma en un sillón de la misión y cede al cansancio, dormitando frente a un televisor desde el cual la CNN vomita noticiarios envenenados con un faldón rojo para enmarcar el desfile de cifras de las cotizaciones bursátiles. Entonces parece encontrar la distancia precisa para hablar con cierta ironía de su forma de desempeñar la misión en Etiopía.

-- La verdad es que no he contribuido mucho a extender el cristianismo en esta zona. Pero no me he planteado ni voy a plantearme convertir a nadie, intentar que se hagan católicos ni los niños ni los adultos, que tienen una fe ortodoxa muy seria. Esta gente no necesita que les hablemos de religión. En lo que me esfuerzo es en dar a los niños un poco de instrucción, no tanto religiosa como humana. Sobre todo a las muchachitas, que andan por los catorce o quince años y tienen cuerpos de mujeres, porque aquí hay muchos soldados, muchos hombres que se fijan en ellas. Me preocupo de ofrecerles algo de educación sobre sexualidad y afectividad, para que no se dejen engañar por el primero que llegue, acaben pariendo en soledad y la necesidad las empuje al comercio del sexo.

La prostitución es uno de los horizontes de la miseria, una engañosa vía de escape que permite conseguir un dinero de otra forma inalcanzable, pero conduce a la marginación y a la enfermedad. Wukro, una pequeña ciudad de 34.000 habitantes, es una parada tradicional en la ruta que viene desde el mar y prosigue al sur, hacia Addis Abeba, trayendo una clientela fija para más de cuatrocientas mujeres que se prostituyen profesionalmente y muchas otras que lo hacen de modo ocasional. Las caravanas de camellos, que aún transportan sal como siglos atrás, y los camiones que recorren una endiablada carretera --que los ingenieros chinos no acaban de reformar y reparar desde hace años-- se detienen en esta pequeña ciudad para descansar. Junto a las rameras al uso que los reciben en sus casas, durante los últimos años ha surgido una nueva oferta de servicios completos: mujeres que acompañan a los choferes en el trayecto entre dos poblaciones y, además de proporcionarles desahogo sexual, se ocupan de cocinar, lavarles la ropa y coserla si es preciso, o hacer guardia mientras ellos duermen al borde del camino. Suelen ir en un vehículo y regresar en otro, pasando varios días lejos de sus hijos. Al hablar de unas y otras, el misionero rechaza palabras que considera ofensivas, como putas o meretrices. Prefiere emplear el eufemismo de ‘trabajadoras sexuales’, o una expresión tan irónica como ‘agentes comerciales del sexo’.

-- Creo que deberíamos tener un respeto muy grande por estas buenas gentes. Porque tienen un alma limpia. Y los cristianos necesitaríamos recordar que la prostitución está en la rama genealógica de Jesús: se nos dice varias veces en la Biblia que, cuando los israelitas llegaron a Jericó, allí había una señora llamada Rehab que era prostituta; pues bien, era una de las bisabuelas de Jesús y, según se cuenta en el libro de Josué, colgó en su puerta un trapo escarlata como señal para que reconocieran su casa; seguramente ella fue la primera en utilizar esa señal que desde entonces indica donde hay un prostíbulo. Jesús dijo que las putas entrarían antes que nosotros en el reino de los cielos. ¡Eso seguro! En fin, esta sociedad tiene bien consideradas a las prostitutas, y no las rechaza. Lo que ocurre es que los problemas de la pobreza empujan a muchas, muchas, muchas mujeres a la prostitución. Porque no tienen huerto, ni saben un oficio. Solo disponen de sus cuerpos para comerciar y no existe otra opción para ellas. Pero hemos organizado cursillos formativos, inicialmente sobre los riesgos del sida que nos pareció lo más urgente, y ofreciéndoles después el aprendizaje de algún oficio, con un pequeño crédito incluido para que puedan establecerse. Al primero asistieron cuarenta y ocho, de las que nueve morirían poco después víctimas del sida, ocho continúan en la prostitución y el resto ha cambiado de vida. Ninguna dejó de devolver el préstamo que recibió. Ya han participado en estos cursos más de centenar y medio, con un porcentaje muy alto de éxitos. Así comprobamos que, en cuanto ven que pueden sacar adelante a sus familias por otros medios, no dudan en cambiar de trabajo.

Lo contaba durante la visita a una de las mujeres que habían logrado escapar de esa humillante esclavitud. Sentado junto a ella, en el borde de la cama que ocupaba la mayor parte de la única habitación de la casa, se mantuvo cogido de su mano mientras le traducía nuestra charla, del castellano al tigriña.

-- Yo os puedo asegurar que estas mujeres quizá prostituyan sus cuerpos, pero ninguna prostituye su alma. Y las compararía con el sector social más fuerte de Europa, con ese sector que detenta el poder político, el poder económico e incluso el poder religioso. Gentes que quizá no prostituyan sus cuerpos pero que prostituyen sus almas. Esos que prostituyen su alma por el poder, por el dinero, por la corrupción, son quienes hacen que las mujeres de aquí tengan que prostituir sus cuerpos. Es horroroso, pero muchas veces la raíz de la prostitución de aquí se encuentra en la prostitución moral de Europa.

Conocí a Ángel Olaran más de año y medio antes, en abril de 2001. Me había hablado de él --con verdadera devoción por su figura-- Marisa Salazar, una de las mentes más lúcidas entre quienes impulsan la acción de Cáritas Española, aconsejándome que cambiara mi plan de trabajo en Etiopía para visitar Wukro. Hacerle caso supuso ganar la amistad de un hombre admirable, tras vivir junto a él un par de jornadas intensas. Entre las muchas situaciones dolorosas que me quedaron fijas en la retina durante aquel viaje hay una de la que no he conseguido desprenderme. Han pasado varios años desde que la contemplé y todavía vuelve a mi memoria. Es la imagen del misionero en el interior de una mísera choza, sentado en los pies de la cama donde una enferma terminal de sida se debatía en los umbrales de la muerte. Esquelética, con los ojos hundidos y los brazos corroídos por el terrible sarcoma de Kaposi, aquella desdichada se esforzaba en apartar las moscas de la cara de un crío de seis meses que yacía a su lado. Mientras acariciaba sus manos, Ángel nos contaría la amarga historia de su vida.

La pobre mujer tenía treinta y ocho años, aunque aparentaba más de cincuenta. Enviudó un lustro atrás, después de haber parido siete hijos. Y pocas semanas atrás se había encontrado con un nieto entre los brazos. Una de sus hijas se lo entregó nada más alumbrarlo, para volver a marcharse en busca del calor de los acuartelamientos de tropas etíopes cerca de la frontera con Eritrea. La abuela no había tenido otro remedio que hacerse cargo de él, incorporándolo al grupo de sus famélicos hijos menores. Todos juntos sobrevivían en aquella cabaña de adobe, con el viejo camastro que abandonaron unos soldados y dos banquetas como mobiliario. El único alimento de que disponían era un saco medio vacío de trigo podrido, cuyos granos habían empezado a transformarse en un polvo blanco y pegajoso, último resto de las magras provisiones que las autoridades distribuían periódicamente entre los hambrientos de la región.

-- El gobierno reparte oficialmente doce kilos mensuales de harina por persona, aunque en la práctica si en una casa hay cinco personas recibirán entre 24 y 36 kilos para un plazo entre uno y dos meses --nos informó Angel-- Es insuficiente pero tampoco puede dar más, porque está embargado por el sistema económico internacional y carece de recursos. El café, que es uno de los productos básicos de este país, ha bajado de precio un 40 por 100 durante los últimos veinte años...

De pronto la enferma rompió a llorar y, con un hilo de voz temblorosa, suplicó algo incomprensible para nosotros, al oído del sacerdote. Mi hijo Miguel, que entonces tenía diecisiete años, contemplaba la escena sobrecogido por su patetismo. Sin soltar la mano de la mujer, Ángel volvió la cara hacia nosotros y nos explicó que le había preguntado qué sería de sus hijos y su nieto cuando ella faltara:

-- No teme a la muerte. La aguarda resignada, pero siente un miedo insuperable por el futuro de los niños. Yo le he asegurado por enésima vez, como hago cada vez que vengo a verla, que me ocuparé de ellos y no les faltarán cuidados. Pero mis promesas no bastan para calmar su angustia.

Otra de las visitas inolvidables que realizamos, acompañando al padre blanco en sus recorridos habituales por los rincones más humildes de Wukro, fue la que nos llevó al tugurio donde tenían su hogar una anciana ciega y su esposo, que apenas podía moverse. La misión de Saint Mary había financiado la construcción de una pequeña vivienda de adobe encalado, para evitar que la pareja pasara sus últimos días a la intemperie. Y el gobierno los había excluido de cualquier ayuda oficial al saber que los curas católicos les daban 150 birs mensuales, además de satisfacer sus ‘antojos’ con ‘pequeños lujos’ --así los denominó Olaran-- como unos puñados de arroz o algo de buna (café). Muerta su única hija, el desvalido matrimonio estaba al cuidado de una nieta de quince años. Nada más ver al padre blanco, la cría corrió a buscar una caja de cartón donde guardaba todos sus cuadernos y libros escolares cuidadosamente forrados con papel de periódico. ‘¿Cómo se podría esperar que en este ambiente pudiera surgir una lumbrera?’, se preguntaba Ángel mientras nos enseñaba las calificaciones de la chica, repletas de sobresalientes. Pese a su pobreza, la abuela aseguraba sentirse feliz.

-- Dice que esta casucha es su hogar y, por lo tanto, para ella es el cielo. Le he preguntado qué necesita y ha respondido que ya tiene cuanto desea, porque está junto a su marido y eso le hace saberse segura hasta que le llegue la muerte.’

(La pobre mujer moriría el 25 de mayo de 2004. Ángel me lo contaría en una carta con estas palabras: ‘me enteré después de que la hubieran enterrado. Me llamaba ‘padre’ porque la alimentaba. Cuando fui a saludar al viudo, tan encorvado que ya no ve el sol, se echó a llorar recostado sobre mi pecho. Me comentó que Asejash, su mujer, pasó sus tres últimos días pidiéndole ‘llama a mi padre’. Pero no me llamó. Lo consolé recordándole que a su esposa no le había faltado el café durante los últimos años. Eso era un argumento muy fuerte para él, porque significaba que había vivido de forma digna.’)

Conmovido, Olaran intentaba describir la grandeza de los más humildes, a partir de la miseria que los rodea y lastra su existencia. Insistía en hacernos ver el contraste permanente entre las carencias absolutas y la actitud de dignidad con que los hambrientos se esforzaban en sobrevivir, frente a la criminal indiferencia de un mundo enriquecido y ajeno.

-- Las casas de Wukro, si se les puede llamar casas a estas construcciones de barro, están llenas de vacío material, y en la mayoría de ellas nunca ha entrado una silla, ni una mesa, ni un colchón... quizá en su día hubo una cama, pero ha sido vendida. En estos hogares de una sola habitación, donde se aprietan tres, cinco y hasta diez miembros de la familia con todos sus enseres, queda poco sitio para los secretos. Pero estos chamizos son, a la vez, museos de pobreza y templos de dignidad. En su interior uno se encuentra con la Humanidad al desnudo, libre de ropajes materiales. De ellos sales rejuvenecido, sin que su situación te cree angustia porque esta gente no permite que te angusties, y consigue evitarlo con su sonrisa y su cariño. Eso es lo que nos salva. Fíjate que la anciana, después de tocarme, me dijo que le preocupaba mucho encontrarme tan flaco y que yo debería de comer más. Ella se muere de hambre y sin embargo se preocupa por mí... Resulta consolador comprobar que la miseria no destroza a las personas, porque siempre hay una sonrisa que nos hace penetrar en lo más profundo de la condición humana, donde la paz y la serenidad no se basan en seguridades exteriores ni materiales, sino en uno mismo y en Dios. La pobreza compartida une; la abundancia crea exigencias que separan. Aquí los niños crecen sabiendo que no deben llorar cuando sienten hambre, para no entristecer más a sus madres. Son unos críos que nunca piden más, cuando comparten la comida familiar, y que saben dejar lo mejor para el otro. Da la impresión de que intuyan el valor sagrado de la comida. Incluso los huérfanos, que comparten su vida con nosotros, demuestran una actitud de generosidad profunda y sincera. Si alguien les ha dado un caramelo o una galleta y apareces en ese momento, vienen a ofrecértelo. Y hay que insistir, casi obligarlos, para que se lo coman ellos.

Su programa de ayuda a los huérfanos de Wukro --una legión de criaturas que han perdido a sus padres a causa de la pandemia de sida que la región padece-- constituye la niña de los ojos del misionero. Todas las semanas aumenta su número y hay que incrementar los esfuerzos para atenderlos, pero no queda uno solo abandonado a su suerte sin que Olaran se entere e intervenga.

-- Nos planteamos qué hacer con ellos, cómo enfrentarnos al problema, porque son muchos. Y pensamos que mandarlos a un orfanato, donde se vive una forma de anonimato colectivo, sería dejar que se perdieran todos juntos. Allí tendrían amigos, pero sería muy difícil que crecieran como una familia. Así que buscamos otra solución. Y optamos por mantener a los hermanos juntos en hogares sin adultos, a ser posible en las mismas casas que ocupaban antes sus familias. Ya no están el padre ni la madre y tienen que valerse por sí mismos. Pero nosotros les echamos una mano, vamos a verlos cuando podemos, los vigilamos a distancia, comprobamos que les va bien en el colegio, que tienen buena salud... y tratamos de darles algún afecto, que es lo más importante. Ya tenemos más de trescientos huérfanos a nuestro cuidado.

Cada noche, después de cenar, la jornada laboral de Ángel se prolonga con el último y más placentero de sus esfuerzos cotidianos: la visita a varias de esas familias integradas únicamente por niños. Desde Saint Mary hay un paseo bajo las estrellas y entre la pobreza, pero resulta infinitamente más seguro que cualquier recorrido nocturno a pie por ciudades tan privilegiadas como Madrid, Nueva York o Buenos Aires. Sin alumbrado público, con los quinqués de petróleo alumbrando tenuemente los últimos puntos de venta ambulante, el trayecto a través de Wukro requiere disponer de una linterna y mantener la atención puesta sobre su irregular suelo. Las bombillas que iluminan el interior de las viviendas son escasas y de poca potencia. La falta de luz resalta la pobreza, dando a la ciudad un ambiente incierto. Pero el misionero podría moverse a ciegas por las calles de un pueblo que conoce mucho mejor que su Hernani natal.

Llegamos sin avisar, y entramos sin ser advertidos en una de las primeras casas que el padre Olaran compró para un puñado de sus huérfanos. Sorprendidos, los críos se le echaron al cuello gritando de alegría y nos empujaron al interior de la vivienda. Sentados en las dos camas que sus cinco pequeños inquilinos compartían, tuvimos que rechazar varias veces su intento de obsequiarnos con las pocas galletas que atesoraban en una caja de metal. A los pocos minutos los teníamos sentados en las rodillas, bromeando entre tirones a las barbas de Jesús, las melenas de Miguel o los cordones de las llamativas zapatillas deportivas de Carlos. Tras revisar sus cuadernos de deberes como quien cumple un importante ritual, Ángel nos contó la historia de los pequeños. Una tragedia que ellos escuchaban en silencio, sin entender una sola palabra, mientras procuraban robarnos alguna caricia.

-- Necesitan cariño y os daréis cuenta de que buscan la mirada de los padres que han perdido. Pero, aunque se encuentren solos, mantienen un espíritu de unión familiar y se ayudan unos a otros. Tendríamos que darles un mayor apoyo afectivo. Económicamente es más fácil ayudarlos, porque les das dinero y ellos se arreglan. Pero acompañarlos mientras crecen y proporcionarles el amor que todos precisamos, resulta mucho más complicado. Al principio se muestran distantes. Nos ven como a unos extraños que aparecen de pronto en sus vidas, y nos tratan con un respeto que implica cierta lejanía. Pero, al cabo de un mes, cuando te ven venir corren a tu encuentro, te abrazan, te cuentan sus cosas. Y surge espontáneamente la necesidad de manifestar físicamente sus sentimientos en forma de abrazos, o cogiéndonos de la mano, entre bromas y juegos. Cuando se abren y dejan de vernos como alguien ajeno que viene a ayudarles, para aceptarnos como alguien integrado en su familia, se produce un momento muy bonito, una emoción profunda.

Recuerdo, entre las varias casas que visitamos aquella noche, a una familia compuesta por tres hermanos: Netsanet, una quinceañera muy atractiva, con la timidez de movimientos de quien aún intenta ocultar su madurez femenina; Astier, un par de años menor e igualmente bonita; y Negasi, un pequeñajo que no aparentaba más de diez años, con la salud minada por el desarrollo de la enfermedad que había heredado de su madre. El padre los había abandonado años atrás en la ciudad de Asmara, de la que serían expulsados como muchos otros etíopes a causa de la guerra con Eritrea. Carretera adelante, los camiones militares los transportaron hasta Wukro, donde no había nadie que los esperase. Al poco tiempo la madre murió de sida. Y los médicos del hospital donde falleció llamaron a Saint Mary para preguntar si allí podían hacerse cargo de los tres huérfanos. Olaran les consiguió una vivienda e hizo que Netsanet abandonase su trabajo en un bar frecuentado por soldados, y volviera al colegio junto a sus hermanos.

-- El ambiente en estas familias es increíble. Les falta de todo, pero tienen un gran calor humano. No se pelean. Yo nunca he visto que estos niños se disputen el mejor bocado a la hora de repartir la poca comida de que disponen. Y, sin embargo, he presenciado ese tipo de escena en las casas de la rica Europa, donde cada uno va a servirse lo mejor que haya en la mesa. Aquí da gusto verlos comer. Porque los mayores nunca van a ser quienes terminen la comida, sino que van a dejar que los pequeños lo hagan. Esas cosas crean un ambiente muy humano, muy agradable. Es muy triste que un chaval o una chavala con quince años tengan que hacer de padre o madre de sus hermanos y vivan preocupándose por ellos, cuando todavía tendrían que estar jugando al fútbol o haciendo fechorías en las calles. Pero resulta gratificante comprobar que la condición humana no está deteriorada por la pobreza, sino que entre ésta aún puede aflorar lo mejor de las personas.

Negasi murió unos días más tarde. Poco después de regresar a Madrid recibí un mensaje de Ángel, contando que el crío había enfermado de repente, tuvo otro de sus accesos de fiebre y se apagó en pocas horas: ‘Aun me parece que tengo que seguir jugando con él. En cuantos lo conocieron causo impacto. Pensándolo bien, casi me alegro de que haya muerto en plena vida, lleno de alegría a pesar de las continuas recaídas que tenía. Porque más de una vez había imaginado el desenlace de su enfermedad con una agonía lenta, llagado, esquelético, sin que él comprendiera lo que le estaba pasando. De este modo todo el mundo cree que ha muerto por un ataque de malaria.’ Aunque la memoria de Negasi permanezca entre quienes lo trataron, el hueco que su nombre dejó en los estadillos del reparto de ayuda a los huérfanos fue rápidamente ocupado por otro. ‘Desde el 23 de Diciembre tenemos 34 huérfanos más con nosotros’, eran las últimas palabras del correo.

1 comentario:

  1. Quizas no sería conveniente que los niños huérfanos fueran sacados de sus pueblos, aldeas, alejados de la parte de familia que les queda, del entorno que les rodea, pero no les vendría nada mal que los mantuviesemos desde aquí.
    Qué nos pueden suponer 18 €, nos puede suponer una comida y un café; nos puede suponer unas copas con los amigos un sábado noche; nos supone una tarde de cine en compañía con unas cañas....... a estos niños 18 € les supone comer un mes entero con sus tres comidas diarías; no saben lo que es tomarse unas copas con unos amigos un sábado por la noche y tampoco saben lo que es compartir un cine con unas cañas, pero lo que sí saben es que con ese dinero que podamos dar nosotros, cada mes comerá y para ellos es grandioso.
    Animaros a compartir estos 18 € con sonrisas, con agradecimientos, con niños sanos......

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